Hay objetos y lugares cuya existencia va intrínsecamente ligada a la función para la que han sido concebidos. La presencia de espacios recreativos y deportivos no podría entenderse si no es por el cometido para el que fueron diseñados, pero cuando por horario, climatología, olvido o falta de mantenimiento, quedan deshabitados de manera temporal o permanente, se transforman en instalaciones solitarias e inservibles y mutan su aspecto. En esa ausencia de usuarios, estas áreas y los elementos que las conforman pueden liberarse de toda presunción de funcionalidad y revelarnos su otra naturaleza, despojada de propiedades prácticas o culturales y ligada únicamente a sus características tangibles. Esta soledad nos da la oportunidad de aproximarnos a dichos lugares con una visión diferente, carente de la intención lúdica, e intentar centrar nuestra percepción en las propiedades físicas y estéticas de estas estructuras y de su entorno. Es entonces cuando, contemplando estos espacios vacíos, y a pesar del propósito inicial de hacerlo con una mirada formal y desprejuiciada, nos percatamos de que su esencia, el propósito para el que fueron concebidos, sigue siendo palpable, y de que tal vez lo más presente en ellos sea la ausencia.